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Nueva Derecha vs. Vieja Derecha Capítulo 7: El Factor Moral

30-8-2023 < Counter Currents 22 5169 words
 

4.906 palabras


English original: Part 1, Part 2; Traducciones: Francés, Polaco


“El hombre no lucha por la felicidad; sólo el inglés lo hace.” – Nietzsche


Las cuestiones centrales de la metapolítica lidian con la Identidad, la moralidad y la posibilidad.


Como afirma Carl Schmitt, lo político está basado en la distinción entre nosotros y ellos. La cuestión de la Identidad es: ¿quiénes somos? Y: ¿quiénes no somos? Específicamente, el Nacionalismo Blanco requiere una respuesta a esta pregunta: ¿quién es Blanco, y quién no?


La pregunta moral es: ¿qué es hacer lo correcto? ¿Es moral crear un terruño Blanco? Incluso si el Nacionalismo Blanco tiene sentido políticamente, la gente se opondrá a él si piensa que es algo inmoral. Pero removerá cielo y tierra para establecer terruños Blancos si piensa que es hacer lo correcto.


Pero el idealismo moral no basta. Pues la política es el arte de lo posible. Así pues, necesitamos entender que el Nacionalismo Blanco no sólo es moralmente correcto, sino que también es políticamente posible. La utopía global, multicultural, multirracial que se nos ofrece, ¿es incluso posible? ¿Es posible un mundo sin diferencias importantes (y, por lo tanto, sin enemistades)? Y, si ese mundo es una ilusión, ¿cuál es la alternativa? ¿Son posibles los Estados étnicamente homogéneos? Y, si lo son, ¿es posible que nuestro pueblo retome el control sobre su destino y establezca tales Estados?


CONTRA EL CINISMO POLÍTICO


Una de las actitudes anti-metapolíticas más generalizadas es lo que yo llamo cinismo político. El cínico político sostiene que la moralidad es, de hecho, irrelevante para la política, pretendiendo decir con ello que las consideraciones del bien y del mal no forman parte de las decisiones políticas por parte de los gobernantes o de los gobernados. Desde esta perspectiva, los poderosos crean leyes sólo en su propio interés, y los débiles obedecen sólo en su propio interés. El comportamiento político podría, en pocas palabras, ser entendido solamente en términos de cálculos basados en palos y zanahorias, es decir, en la codicia y el miedo.


El cinismo político insinúa que todo el discurso sobre moralidad es tan sólo una máscara que oculta motivos más sórdidos. Por ejemplo, la gente poderosa promueve el multiculturalismo porque va en su interés, y la gente sin poder les sigue la corriente por miedo a las consecuencias si no están conformes. Todo lo dicho sobre la culpa Blanca, las maldades del racismo y los imperativos morales para que los Blancos cedan ante los no Blancos sólo sería una fachada que no juega ningún papel real en la toma de decisiones.


El cinismo político tiene implicaciones prácticas. Si la moralidad es una patraña y la política sólo va de dinero y poder, entonces deberíamos desechar los argumentos morales y concentrarnos en conseguir dinero y poder. Esta visión llevó a algunos Nacionalistas Blancos a depositar sus esperanzas en planes de inversión e ingeniería política. Otros, como la Orden, hicieron acopio de armas y atracaron furgones blindados. Pero la razón por la que no han logrado casi nada no es solamente que el enemigo tiene más dinero y poder, sino que nuestra gente considera abrumadoramente que nuestra causa es injusta, lo que aumenta la envergadura y la intensidad de la oposición contra nosotros.


No se puede negar el poder de la codicia y el miedo en la política. Tampoco puede negarse que la política requiera dinero y poder. Lo que niego es que sean el único factor, y que la política pueda ser reducida a eso, o que la moralidad no sea un factor también. El propósito de este ensayo es argumentar que la moralidad ―por la cual me refiero a la opinión de la gente sobre lo que es correcto e incorrecto― es igualmente un factor político. Es más, argumentaré que la moralidad puede ser un factor decisivo y dominante, capaz de superar los poderes cínicos de la política, de triunfar sobre la codicia y el miedo.


Aparte de eso, sostengo, que, aunque el Nacionalismo Blanco es ampliamente concebido como inmoral, nuestra causa es, por el contrario, buena, y la del enemigo es mala. Además, tenemos los medios para convencer a la gente de que el Nacionalismo Blanco ―de hecho, el etnonacionalismo para todos― es noble y bueno. No podemos competir con el enemigo en términos de dinero y de poder. Pero podemos competir moralmente. Si podemos persuadir a suficiente gente de la que tiene las armas y las chequeras de que estamos en lo correcto, podemos ganar. El cinismo político, entonces, es la mayor locura. Los cínicos nos piden que ignoremos el factor moral (donde somos más fuertes y nuestro enemigo más débil) y nos concentremos enteramente en la política del poder (donde somos más débiles y nuestro enemigo más fuerte).


SALVANDO LAS APARIENCIAS


El primer problema con el cinismo político es que no lo explica todo en política. Si uno piensa que la moralidad no juega papel alguno en la política ―que la moralidad es simplemente una cuestión de apariencias, opuesta a la sórdida realidad de políticas de poder―, aún necesita explicar las apariencias. Si la moralidad no juega ningún rol en la política, ¿por qué la gente persiste en pensar que sí? ¿Por qué los políticos sienten la necesidad de ensartar argumentos morales? Si la moralidad política es una farsa, ¿por qué está tan diseminada y se la considera tan importante?


Si la política sólo va de poder y no de moralidad, ¿por qué las dictaduras, en las cuales los individuos tienen poco o ningún poder político, dedican gastos inmensos en educación y propaganda para convencer a la población de que su gobierno es fundamentalmente moral? Si la política es enteramente cuestión de poder, ¿no se esperaría que los Estados que tienen mayor poder sobre sus poblaciones invirtieran menos cantidades en propaganda moral?


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Los cínicos no pueden sostener que los llamamientos morales son simplemente residuos sin sentido del pasado, porque eso implicaría que hubo un tiempo en el cual la moralidad importaba en política. Pero si las consideraciones morales realmente nunca fueron importantes, ¿no hubieran desaparecido desde hace tiempo los llamamientos morales?


Es más, incluso si no hubiera verdades morales ―sólo opiniones―, incluso si la moralidad sólo fuera un asunto de falsedades sostenidas apasionadamente, la opinión es la savia de la política. Incluso los regímenes totalitarios reconocen esto; es por ello que pretenden moldear la opinión pública. La política sólo se reduciría a dinero y poder si todos pensaran que es así. En política, la moralidad importa, simplemente porque la gente piensa que importa.


El mismo tipo de cinismo que rechaza toda moralidad como mera falsedad, podría ―y, muchas veces, lo hace― decir lo mismo sobre la religión. Aun si uno piensa que una religión en particular es verdadera, debe lógicamente concluir que las demás son falsas. Aun si uno piensa que todas las religiones son verdaderas en algún sentido tradicionalista, debe reconocer que sus diferencias exotéricas doctrinales y devocionales existen a nivel de opinión. Pero, ya se piense que la religión es enteramente una cuestión de opinión o sólo principalmente una cuestión de opinión, no se puede negar que importa políticamente. Y si la religión ―ya sea verdadera o falsa― importa en política, entonces también importa la moralidad. En efecto, aunque los sistemas de moral racionales y seculares son posibles, la mayoría de los códigos morales existentes derivan de la revelación religiosa.


En pocas palabras: si la moralidad no juega un rol en política, los cínicos aún tienen que explicar por qué la gente piensa que sí. Y si la gente piensa que la moralidad cumple un papel en la política, entonces cumple un papel en la política, porque la política es principalmente una cuestión de opinión.


EL HOMBRE BURGUÉS Y LA PSICOLOGÍA PLATÓNICA


El segundo y más profundo problema con el cinismo político es que el modelo “amoral” de comportamiento humano que postula es en realidad producto de un código moral particular. El hombre no es “por naturaleza” una criatura egoísta y calculadora que se mueva por codicia y miedo. Ése es tan sólo el hombre burgués. El comportamiento burgués siempre ha sido posible en los humanos, pero no fue considerado normal, mucho menos ideal, hasta el surgimiento del liberalismo moderno.


Creo que podemos entender mejor el hombre burgués volviendo nuestra mirada a La República de Platón. En el centro de la República, hay una analogía sistemática entre la estructura de la ciudad y del alma individual. Sócrates analiza el alma en tres partes: razón, espíritu y deseo.


El deseo se dirige hacia las necesidades de la vida: comida, techo, sexo y ―sobre todo― autopreservación. Ya que compartimos estos deseos con otros animales, los podemos llamar “comodidad animal”.


El espíritu (thumos) no se refiere a nada etéreo o fantasmal. Es más semejante al “espíritu de equipo”. La cualidad espiritual[1] es “amor por lo propio”, pero no es meramente egoísmo, porque lo que uno contempla como propio puede extenderse más allá de su persona y sus posesiones hasta su propia familia, su propia comunidad, su propia etnia, su propia raza, etc. Una cualidad espiritual particularmente amplia puede llevar al individuo a sacrificar su vida para preservar un bien mayor con el cual se siente identificado.


La cualidad espiritual está muy conectada con el sentido del honor, que es ofendido cuando otros niegan nuestro valor o el valor de las cosas que amamos. Es más, dado que involucra un apego apasionado por lo propio y una voluntad de luchar por su honor y sus intereses, es la base de la vida política. Al igual que Carl Schmitt, Platón y Aristóteles creían que la política implica necesariamente una distinción entre nosotros y ellos, y un potencial para la enemistad, que surge de la parte espiritual del alma.


La razón para Platón no es sólo una facultad moralmente neutra, de cálculo o tecnológica, que delibera sobre los medios adecuados para obtener un fin particular. La razón también es una facultad moral que puede descubrir la naturaleza de lo bueno y establecer fines apropiados para la acción humana.


CONFLICTO Y ORDEN EN EL ALMA Y EN LA SOCIEDAD 


Las diferentes partes del alma pueden estar en conflicto entre ellas.


Deseo contra razón: en un día caluroso, los deseos de uno podrían impulsarle a beber una cerveza fresca. Pero la propia razón podría resistirse a la tentación por tener problemas con el alcohol.


Deseo contra thumos: puede que uno se resista a beber alcohol porque el ceder a la tentación es incompatible con el propio sentido de honor.


Razón contra thumos: si uno es insultado por un hombre mucho más grande, el thumos posiblemente desee pelear, pero la razón se puede resistir debido a que la victoria puede resultar imposible o demasiado costosa. (Si el valor tiene dos partes ―thumos y razón―, la discreción, es decir, la razón, es la mejor parte.)


Si las diferentes partes del alma pueden entrar en conflicto, entonces hay tres tipos básicos de hombre ―los racionales, los animados por el espíritu y los deseantes― según la parte de alma que tienda a imponerse. En este sentido, el alma se asemeja a la sociedad: puede ser jerárquica; diferentes partes pueden gobernar una sobre otra. La libertad más fundamental del hombre es la elección de sus amos. Podemos elegir que nos gobierne nuestra razón, nuestro espíritu o nuestros deseos.


Al igual que un individuo, una sociedad es un conjunto que puede ser gobernado por sus partes de razón, espíritu o deseo.


En La República, Sócrates llama a la ciudad gobernada por la razón “kallipolis”, la bella ciudad. Pero no tenemos nombre para una forma racional de gobierno, porque no existe (aún). Pero nos acercamos a ella al diseñar procesos deliberativos imparciales para tomar decisiones y crear y aplicar leyes.


Una sociedad gobernada por el espíritu es una aristocracia guerrera.


Una sociedad gobernada por el deseo es una oligarquía, si el poder está en manos de los ricos, y una democracia, si cae en manos de los pobres.


EL BURGUÉS Y LA SOCIEDAD


Uso el término burgués para referirme tanto al hombre democrático como al oligarca. El tipo burgués está gobernado por sus deseos. Su cualidad de espíritu está restringida a un fuerte núcleo de auto-amor, o amor por la propia imagen (vanidad), y sublimada en forma de competición por el dinero y los símbolos de estatus que el dinero puede comprar. Su razón es simplemente una facultad técnica para calcular cómo perseguir placeres y evitar dolores. Sus deseos básicamente se reducen a la codicia y al miedo. Su valor más elevado es una vida cómoda y segura. Su mayor miedo es una muerte violenta.


El burgués es la fuente del cinismo político, puesto que elimina de la política las consideraciones morales y pretende reducirla enteramente a cálculos de codicia y miedo. Pero ésa es en sí misma una decisión moral: el rechazo de un modelo de buena vida por encima de otro. El burgués es en sí un tipo moral. Él piensa que la sociedad burguesa es fundamentalmente buena. Cuando se ve forzado a defenderla en términos morales, el burgués levanta su cabeza y chilla como un puerco sobre nociones tales como los derechos individuales, la sacrosanta libertad del individuo, la igualdad moral y la dignidad del hombre. Luego hunde nuevamente su morro en el fango.


Si todos fueran burgueses, la resistencia al Sistema sería inútil, porque nadie es más fácil de gobernar que un hombre cuyo valor más elevado es una larga y cómoda vida, y cuyo mayor miedo es una muerte violenta. Si un hombre valora más el dinero que el honor o la comunidad o los principios, entonces puede ser comprado. Si un hombre le teme más a la muerte que a la esclavitud, entonces puede ser esclavizado. En efecto, el hombre burgués no necesita ser agarrado por la fuerza y vendido como esclavo. Él se venderá a sí mismo como esclavo. El burgués es un esclavo natural, ya lleve cadenas o un traje de tres piezas.


ALTERNATIVAS AL HOMBRE BURGUÉS


Afortunadamente, no todos los hombres son de tipo burgués. En términos de la psicología platónica, las alternativas al burgués que es conducido por deseos son aquéllos que están gobernados por la razón o por el espíritu, es decir, los intelectuales y los guerreros. Si el burgués se corresponde con las castas hindúes del vaishya (mercader) y del shudra (trabajador), entonces el gobernado por la razón es el brahman, y el gobernado por el espíritu es el kshatriya.


Los valores más elevados de un intelectual son la verdad, el bien y lo bello. Odia lo deshonesto, lo sórdido y lo feo más que a la muerte misma. Por lo tanto, está dispuesto a morir por cuestiones de principios. El valor más elevado del guerrero es el honor, y teme al deshonor más que a la muerte misma. Así, los guerreros están dispuestos a morir por cuestiones de honor. Si intelectuales y guerreros pueden conquistar el miedo a la muerte en cuestiones de principios y honor, pueden conquistar todos los miedos menores también.


Esto hace que los intelectuales y los guerreros sean mucho más difíciles de dominar que los burgueses. De ese modo, el liderazgo de cualquier movimiento revolucionario eficaz necesita estar compuesto de intelectuales y guerreros en lugar de productores-consumidores burgueses. En concreto, necesita guerreros e intelectuales por naturaleza, en sus más profundos valores y psicología moral, no meramente a nivel de profesión. Hay hombres de negocios y albañiles que son guerreros e intelectuales por naturaleza.


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Los intelectuales vienen en dos formas: aquéllos que están interesados en la pura teoría y aquéllos que tienen compromisos y objetivos prácticos. Según las Tusculanae Disputationes de Cicerón:


Cuando le preguntaron una vez a Pitágoras quiénes eran los filósofos, respondió que la vida le parecía similar al festival de los juegos olímpicos: algunos buscan gloria, otros comprar y vender en el evento, y otros no van por ganancia o aplauso, sino por ver el espectáculo y entender lo que se hace y cómo se hace. De igual manera, en la vida, algunos son esclavos de la ambición o del dinero, pero otros están interesados en entender la vida misma. Éstos se dan a sí mismos el nombre de filósofos (amantes de la sabiduría), y valoran la contemplación y el descubrimiento de la Naturaleza por encima de cualquier otra empresa. (V, III, 8)


Aquí tenemos tres tipos platónicos: el hombre de espíritu compitiendo por honor, el hombre deseoso vendiendo salchichas, y el intelectual mirando desde las gradas. La opinión de Pitágoras es que el intelectual puro es un espectador, no un participante en el gran juego de la vida, incluyendo la política.


Los teóricos puros, sin embargo, no hacen revoluciones. Por lo tanto, en un contexto metapolítico, los tipos guerrero e intelectual pueden ser distintos, pero no deberían estar separados. Se necesitan el uno al otro. Así pues, deberían trabajar juntos y esforzarse por encarnar las virtudes del otro.


Los intelectuales aman naturalmente las ideas. Para prevenir que se pierdan en abstracciones, necesitan acordarse de los grupos concretos a los que pertenecen y por los que están luchando.


Los de tipo guerrero están naturalmente apegados a grupos concretos y predispuestos a batirse el cobre por ofensas y cuestiones de honor. Pero la discreción intelectual es la mejor parte del valor: uno debe saber quiénes son sus amigos, quiénes sus enemigos, y cuándo y cómo luchar eficazmente.


UN CASO MORAL PARA EL NACIONALISMO BLANCO


Ofrecer un caso moral para el Nacionalismo Blanco combina las virtudes del intelectual y del guerrero, porque es una defensa intelectual del amor al propio pueblo y una lucha por el mismo. Éste no es el lugar para exponer una teoría ética. Pero, al menos, esbozaré grosso modo algunos de sus elementos deseables.


1. Objetividad


Creo que las teorías morales y los juicios morales pueden fundamentarse en hechos y estar apoyados por la razón. Por lo tanto, éstos pueden ser verdaderos si cumplen ciertos criterios objetivos ―o falsos, si no dan la talla―.


2. Fundamentos biológicos


En consonancia con Platón y Aristóteles, creo que una moralidad objetiva puede fundamentarse en la naturaleza humana, específicamente en un análisis de la autorrealización humana. Ya que el hombre es un ser tanto individual como social, la moralidad objetiva debe lidiar con la autorrealización tanto individual como colectiva.


3. Universalidad


Si el bien y el mal político y moral están basados en la naturaleza humana, ¿cuáles son las implicaciones éticas de la diversidad de la naturaleza humana (concretamente, las diferencias entre hombres, mujeres y niños, y las diferencias entre las razas y sub-razas de la humanidad)? Por lo menos, podemos decir que habrá algunos principios morales universales, en vista de nuestra humanidad en común. Para nuestros propósitos, hay dos principios universales que sobresalen.


Primero, es natural, normal y bueno para todos los pueblos amar a los suyos, el ser parcial hacia la gente y lugares cercanos a uno mismo ―el tener obligaciones fuertes o débiles según la proximidad o distancia (incluyendo la distancia genética) respecto a uno―. Estos apegos espirituales ―adecuadamente refinados e iluminados por el intelecto― son la base adecuada de un nacionalismo político.


Segundo, el grupo tiene prioridad moral y metafísica sobre el individuo. La preservación del grupo es más importante que la preservación del individuo, porque el individuo es un brote de su pueblo, y, cuando esta finita existencia se acaba, él vive a través de su pueblo. Así pues, ante la tesitura de sacrificarse por el bien común de su gente o sobrevivir a sus expensas, uno debería elegir el autosacrificio por un bien mayor. Éste es el fundamento de una política Nacionalista Blanca eficaz, ya que los hombres que están dispuestos a hacer sacrificios ―e incluso cortejar a la muerte― por su pueblo son mucho más difíciles de controlar por el sistema que el burgués, que valora su propia vida y comfort por encima de la existencia de su pueblo.


4. Pluralismo Objetivo


En la medida en que hay una naturaleza humana común, hay principios morales universales. En la medida en que la naturaleza humana se diferencia por edad, sexo y raza, deberíamos esperar variaciones y particularidades en sus principios morales.


Antes de nada, esperaríamos que los principios universales se aplicasen de diferente forma en diferentes casos. Por ejemplo, tiene sentido que el autosacrificio por el grupo recaiga más sobre los hombres que sobre las mujeres, debido a que los hombres individuales son más prescindibles desde el punto de vista reproductivo. Es más, aunque tiene sentido que los fuertes y jóvenes luchen, también tiene sentido que el sacrificio entre los varones recaiga más en los mayores, debido a que tienen menos vida por delante de todos modos, y los varones que ya se han reproducido antes que los que no.


En segundo lugar, deberíamos esperar diferentes derechos y obligaciones particulares para hombres, mujeres y niños. Asimismo, al fijarse en los detalles de las normas de la vida social, sería de esperar que variasen entre razas y sub-razas, pues, si sus naturalezas son realmente diferentes, entonces las condiciones de su realización serán diferentes también.


Pero esto no implica relativismo moral, entendido como que la forma correcta de vida es simplemente una elección subjetiva. En su lugar, de lo que hablo es de una forma completamente objetiva de relativismo, de igual manera que el más cómodo par de zapatos varía de un pie a otro, pero de forma completamente objetiva.


El pluralismo objetivo de algunos principios morales significa que no hay una “forma de vida universal” que sirva para todos los pueblos. Implica que cualquier intento de crear un sistema universal será tan cómodo y elegante como zapatos y ropa con talla única. El pluralismo moral objetivo es uno de los pilares fundamentales del pluralismo político ―incluyendo el etnonacionalismo―, mientras que el globalismo de un solo mundo es el equivalente político de vestir totalitariamente al mundo con mono y chancletas.


5. Reciprocidad


La Regla de Oro de “haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti” aconseja tomar ciertos riesgos morales al comportarse hacia los demás, no como ellos se comportan realmente hacia uno, sino como a uno le gustaría que lo hiciesen. Este tipo de riesgo es necesario para expandir la propia comunidad moral, y es ampliamente recompensado cuando el tratamiento moral que damos es correspondido de la misma forma.


Pero dado que la moralidad trata sobre la autorrealización, individual y colectiva, no se debería permitir que los riesgos morales propios se transformen en explotación y parasitismo moral. Nada es más obsceno que explotar a la gente a través de sus virtudes. Así pues, a partir de cierto punto, es necesario demandar reciprocidad como requisito para futuros tratos. Ya que la desposesión Blanca implica un huésped con demandas morales no-recíprocas ―por ejemplo, sólo los países Blancos tienen la supuesta obligación moral de destruirse a sí mismos mediante la inmigración―, la simple demanda de reciprocidad moral conllevaría un parón repentino para muchos de nuestros problemas.


SERIEDAD MORAL


This ain’t no party. This ain’t no disco.
This ain’t no foolin’ around.
Talking Heads, “Life During Wartime


He estado metido en la escena del Nacionalismo Blanco desde el año 2000. Mi experiencia ha sido asombrosamente positiva, aunque no del todo. La cosa más indigesta no han sido los locos y los rufianes, sino la generalizada falta de seriedad moral, incluso entre los Nacionalistas Blancos mejor informados y con los principios más sólidos. Conozco gente que sinceramente cree que nuestra raza está sujeta a una política deliberada de genocidio, diseñada por la comunidad Judía organizada. Y aun ante un horror de esta magnitud, llevan vidas de consumada vanidad, estulticia y autoindulgencia.


Estoy convencido de que más gente militará en nuestra causa si seguimos dos reglas: 1) cada persona determina su propio nivel de explicitud e involucramiento, y 2) el resto debe respetar su decisión. Pero nuestra causa nunca avanzará a menos que también podamos persuadir a la gente de: 1) hacer todo lo que puedan, dentro de su propia zona de confort individualmente elegida, y 2) expandir su zona de confort, de tal manera que estén dispuestos a correr riesgos mayores por la causa. Pero, para hacer eso, necesitamos intentar dar solución al problema de la seriedad moral.


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Conozco Nacionalistas Blancos que correrían por la calle a plena luz del día gritando a viva voz “¡ladrón!” si su coche estuviera siendo robado. Pero, frente al robo de toda nuestra civilización y del futuro mismo de nuestra raza, se limitan a murmurar eufemismos en las sombras.


Conozco Nacionalistas Blancos que están al corriente de la gravedad del problema Judío, que han visto la conquista del poder y la subversión en las instituciones derechistas una tras otra, pero que aún siguen pensando que, de alguna manera, pueden “usar” a los Judíos.


Conozco Nacionalistas Blancos totalmente conscientes de la corrupción de la política organizada, pero acaban igualmente siendo arrastrados en campañas electorales. Conozco Nacional Socialistas declarados que han donado mucho más dinero a los republicanos que al Movimiento.


Conozco Nacionalistas Blancos que se gastan 50.000 dólares al año en copas y bailes eróticos, o 30.000 cenando fuera de casa, o 25.000 al año en su vestuario, o 100.000 en una boda, pero que se quejan amargamente de la falta de progresos en el movimiento.


Conozco Nacionalistas Blancos que donan porciones significativas de sus ingresos a iglesias que mantienen posturas anti-Blancas, pero ni siquiera toman en consideración hacer donaciones regulares a la causa pro-Blanca.


Conozco gente con convicciones más allá de las de Hitler que argumentan que nunca debemos decir que estamos luchando por la raza Blanca o contra el poder Judío, pero que aún piensan que de alguna forma nuestro pueblo querrá seguirnos a nosotros en lugar de a los otros diez mil grupos conservadores filo-judíos y ciegos a la cuestión racial.


Conozco Nacionalistas Blancos que creen que nuestra raza está siendo exterminada, y, sin embargo, insisten en que nuestros enemigos “no saben lo que están haciendo”, que se están confundiendo, que son fundamentalmente gente de buena voluntad y que todo esto es una especie de espantoso malentendido.


Conozco Nacionalistas Blancos que nunca admitirían odiar algo o a alguien, ni siquiera a un buitre rasgando sus entrañas.


Ninguno de ellos está forzado a comportarse de esa forma. Todos ellos están operando dentro de sus autoseleccionadas zonas de confort. Todos ellos podrían hacer más, incluso dentro de dichas zonas. Entonces, ¿por qué no están a la altura para comportarse con la urgencia y la seriedad moral que requiere la destrucción de todo lo que consideramos valioso?


Yo barajo dos explicaciones. La primera es que, en el fondo, no creen que podamos ganar; por lo que no se molestan en esforzarse. La segunda, y más importante, es que aún están enganchados al modelo de vida burgués.


La gente muestra sus verdaderas prioridades cuando se enfrenta a la muerte.


El verdadero intelectual valora la verdad más que la vida misma. Sócrates es un héroe para los intelectuales porque, forzado a elegir entre abandonar su filosofía o morir, eligió la muerte. La mayoría de los intelectuales no se enfrentan a esta tesitura, pero si les tocase pasar por lo mismo les gustaría tener también un comportamiento heroico, porque nada revela la fidelidad a la verdad más claramente que la muerte de un mártir.


El verdadero guerrero valora el honor más que la vida misma. Leónidas y los 300 son héroes para los guerreros porque, ante la muerte y el deshonor, prefirieron la muerte. Nuevamente, no todo guerrero se enfrenta a esa decisión de la misma forma, pero, si lo hace, ansiará tener una muerte gloriosa, porque nada revela la fidelidad al honor más claramente que una muerte heroica.


El burgués no valora nada por encima de la vida misma. No hay nada a lo que tema más que a una muerte violenta. Así pues, no hay ninguna forma de muerte heroica que demuestre verdadera fidelidad a los valores burgueses. El verdadero intelectual muere como mártir. El verdadero guerrero muere en el campo de batalla. El verdadero burgués busca un retiro cómodo y morir en la cama.


Sí, incontables soldados americanos han muerto luchando por la “libertad”, la “democracia” y dinero para la universidad. Pero han sido embaucados por gente que cree que no hay nada por lo que valga la pena morir, para que el burgués pueda hacer dinero, jugar al golf y morir en la cama.


Sólo se tiene una muerte. De este modo, incluso quienes se enorgullecerían de un martirio heroico tienen que elegir bien sus batallas y hacer que sus muertes sirvan para algo. Sí, tienes que ir a tu ritmo. Sí, tienes que sobrevivir. Sí, no puedes vivir cada día como si fuera el último.


Pero estas perogrulladas sirven fácilmente para racionalizar la cobardía. Porque, llegados a cierto punto, tienes que preguntarte a ti mismo para qué te estás reservando. No puedes llevártelo contigo. Y, en definitiva, los logros no vienen por reservarnos, sino por gastarnos. Lo que no damos en vida, se lo llevará la muerte.


Sin embargo, todo el sueño burgués se basa en eludir esta simple y sombría realidad. El burgués busca la primavera eterna y la paz perpetua, un “felices para siempre” en putting greens iluminados por el sol, libre de trágicas elecciones y trágica grandeza, libre de ideales que puedan atravesar su corazón y derramar su sangre.


Pero no puedes derribar a un Sistema en el cual estás invirtiendo. No puedes desafiar a los que dominan el mundo y contar con llegar a la edad de jubilación. No puedes pelear con Sauron e ir sobre seguro. Frente al mal que aniquila el mundo, ya no podemos permitirnos ser hombres así.


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Nota


[1] En inglés, spiritedness (nota del traductor).







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