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La Nación es un grupo biológico

28-8-2023 < Counter Currents 18 6635 words
 

6.551 palabras


English version: Part 1, Part 2


Después de haber discutido la diferenciación entre Identidad y cultura, y de haber explicado por qué la cultura no es lo que crea las naciones ―son las naciones las que crean cultura―, veamos ahora lo que sí es una Nación.


Para que una nación sea una ―y no varias― es imprescindible que todas las partes de su territorio estén habitadas por gente compatible en los aspectos sociológicos más importantes. Como fundamentales que son, estas cualidades de su población pueden medirse estadísticamente, de varias formas. Al igual que sucede con los individuos, entre los grupos humanos los genes también son más determinantes que el ambiente o cualquier otro factor no hereditario. Y, a pesar de las grandes diferencias circunstanciales que pueda haber, cuando las poblaciones son divididas por criterios biológicos, dichas mediciones son consistentes en cualquier lugar donde se tome una muestra suficientemente representativa.


Pongámonos en el punto de vista de un explorador espacial que anda en busca de “vida inteligente” y finalmente descubre nuestro planeta. ¿Qué es lo que ese explorador del Espacio Exterior vería en los humanos? ¿Cómo nos clasificaría?


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Lo primero que haría nuestro visitante, antes incluso de establecer las evidentes divisiones taxonómicas, sería comprobar si existen diferentes estadios de civilización entre las diversas partes del planeta (y si existen diferencias de tipo psíquico entre las poblaciones terrestres). El dictamen sería positivo, a pesar de que no hay nada que impida el libre flujo de información a nivel global y el conocimiento técnico sea algo totalmente compartido entre las poblaciones; lo cual indicaría que no todas las variantes de la especie están innatamente capacitadas por igual para generar cultura y progreso tecnológico cumulativo.


A continuación, comenzaría a desarrollar diferentes índices con los que medir los diversos aspectos de la vida en cada sociedad, relativos a su tasa de desarrollo, de sofisticación cultural, bienestar material, crimen, natalidad, contribución tecnológica, calidad de vida, etc., es decir, todas aquellas cosas que son determinadas por la capacidad o la mentalidad de las poblaciones y que son fundamentales para el correcto funcionamiento de una civilización, que es la razón de ser de toda vida inteligente. Por supuesto, la inteligencia, como causa directa del progreso científico, cultural y tecnológico cumulativo, sería lo primero en ser medido. Muchos de estos índices ya los realizamos nosotros los humanos; otros, en cambio, sólo se realizan de forma tímida en muy escasos países, como las estadísticas raciales internas que se hacen en Estados Unidos, pero que, por intereses políticos del Sistema, están prohibidas en la mayoría de los países o no reciben fondos para realizarse. Nuestro visitante, en cambio, no se encontraría acomplejado a la hora de dividir a la población de tantas maneras como considerase oportuno, ni tendría motivos para ocultar ni edulcorar los resultados.


Relevancia del factor biológico en el rendimiento económico de los Estados


Incluso si simplemente se limitara a utilizar los índices ya existentes ―divididos por países―, tal como podría hacer cualquier humano, rápidamente detectaría un patrón que se repite. Aunque el mundo está dividido en Estados algo caóticos desde tiempos remotos, son relativamente homogéneos, y siempre son los mismos bloques de países los que sobresalen por un extremo, los que sobresalen por el opuesto y los que se sitúan en medio. Y esto es así desde mucho antes de que dichos “bloques” tuviesen contacto entre sí.


Su desarrollo y forma de vida no dependen primariamente de su situación geográfica, ni de su idioma o religión oficial, ni de su forma de gobierno, ni de la densidad de su población, ni de su lado de conducción, ni de su moneda, ni de sus alianzas internacionales, ni de sus recursos naturales. Muy por el contrario, su desarrollo, prosperidad, bienestar y nivel cultural y civilizatorio dependen fundamentalmente de las cualidades de su población.


El factor que eclipsa a todos los demás y que se repite consistentemente en todos los casos es la raza que conforma la mayoría de la población de ese Estado y, por tanto, la calidad poblacional del país. Así vemos que los países de raza Blanca (el continente europeo, Norteamérica, el cono sur de Sudamérica, Australia…) y los de raza Amarilla (China, Corea, Japón…) están siempre en un lado, el África Negra está en el extremo opuesto, y en un punto intermedio se encuentran Oriente Próximo y el África de raza Árabe, Oriente Medio, los asiáticos híbridos oscuros del Sudeste y los países mestizos en diverso grado de Sudamérica.


Es la Raza, como vehículo evolutivo que tiende a divergir cada vez más, la que explica esas diferencias entre países. Es la Raza la que define el potencial de sus miembros y sus características promedio, aquellas cualidades que, cuando divergen demasiado, son lo suficientemente importantes como para hacer que la convivencia de individuos o de grupos se vuelva insoportable.


Pero volvamos a nuestro visitante del Espacio. Lo primero que le saltaría a la vista es que hay una evidente correlación entre el desarrollo civilizatorio de la especie humana y su color de piel, por lo que, para clasificarnos, empezaría elaborando un mapa como éste, según la tonalidad media de los habitantes de cada región del mundo.



Por supuesto, él todavía no sabría el motivo de esa correlación, pero eventualmente lo comprendería. No es que exista una relación causa-efecto entre la claridad de la piel y la inteligencia, obviamente, sino que dicha correlación se debe a que ambas son efectos independientes de una misma causa evolutiva: la selección natural en el gélido Norte durante la última glaciación. Los grupos biológicos que evolucionaron en ese ambiente se convirtieron en nuevas razas que desarrollaron, por un lado, una piel más clara para poder generar mayor cantidad de vitamina D a partir de la escasa exposición solar que recibían en un entorno casi siempre nublado y, por otro, también una mayor inteligencia para poder sobrevivir a los largos inviernos durante los cuales la comida era extremadamente escasa ―a diferencia de lo que sucedía en las regiones cercanas al Ecuador―; unos inviernos extremadamente rigurosos que, para sobrevivir, requerían de dichas razas una mayor capacidad de pensamiento a largo plazo para almacenar alimentos ante las cíclicas etapas de escasez, una mayor inteligencia para obtener conocimiento científico (como la astronomía) que les permitiera adelantarse a la curva de dichos ciclos y solucionar frecuentes problemas de supervivencia, un mayor autocontrol para racionar la comida, etcétera.[1] Los miembros menos inteligentes y los más anti-sociales e impulsivos simplemente no sobrevivían al invierno, y sus genes desaparecían con ellos, haciendo que estas razas evolucionasen en dirección contraria.


Esta dura presión evolutiva independiente fue la que provocó unas diferencias raciales en nuestra especie que abarcan multitud de cualidades, con implicaciones en muy variados campos de la vida social. Una de las más importantes, obviamente, es la mencionada inteligencia. Por ello, cada raza varía enormemente en su promedio de Cociente Intelectual.



En este mapa vemos el promedio intelectual de la población en cada parte del mundo. Comparemos ambos mapamundis y observémoslos detenidamente. Aunque estén divididos por países, podemos comprobar que los resultados concuerdan plenamente con la raza que los habita.


La inteligencia es, lógicamente, la cualidad más relevante para la creación y mantenimiento de una civilización, y repercute en numerosísimos aspectos de la vida social como la productividad, la capacidad de creación de riqueza, la calidad de vida o el Índice de Desarrollo Humano. Nuevamente aquí volvemos a ver el mismo patrón:



Este mapa mide el Índice de Desarrollo Humano, indicador desarrollado por un economista pakistaní para la ONU. Huelga decir que, cuanto más oscuro sea el color con que está representado cada país, mayor desarrollo tiene. Como vemos nuevamente, la correlación entre el desarrollo de cada región del mundo con la raza que la habita es casi absoluta.


No es el único factor, claro. Hay algunos más, como los recursos naturales, pero son totalmente secundarios. Destaca el caso de la península arábiga, que ha sido siempre uno de los mayores productores de petróleo del mundo, y que cuenta con varios países de exigua población pero igualmente desbordantes de “oro negro” ―como Catar o Emiratos Árabes Unidos―, donde la población vive literalmente de este combustible fósil, mediante el mantenimiento de una colosal casta de funcionarios.[2] Incluso en el caso de Arabia Saudí, con sus 35 millones de habitantes, el 70% de los saudíes trabaja directamente para el gobierno. A pesar de nadar en petróleo, no alcanzan el nivel de PIB per cápita o de calidad de vida de numerosos países Blancos que no poseen ningún recurso natural reseñable. En el caso de otros países, como Botsuana, sólo su producción de diamantes supone el 40% de la economía nacional.


Sudáfrica, por su parte, además de ser uno de los principales productores mundiales de oro y diamantes, cuya exportación es la principal fuente de ingresos del país, alberga también a una relevante comunidad asiática y la mayor comunidad Blanca que hay en África (casi 5 millones) y es el país africano que ha estado gobernado por Blancos hasta tiempo más reciente (1994).


Que los recursos naturales son un factor secundario nos lo indica el hecho de que, lejos de haber una correlación entre las materias primas de un país y la prosperidad del mismo, la correlación es incluso negativa; es decir, globalmente, los países con más recursos naturales suelen ser más pobres que los que no cuentan con ellos (véase la gráfica abajo). El motivo es que los países no-Blancos suelen tener más recursos naturales que los países Blancos. De hecho, los países Blancos son netos importadores de energía y materias primas. Además, a pesar de esta abundancia en los países pobres, es frecuente que su subdesarrollo motive noticias irónicas como que Venezuela, el país con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, se ve obligada a comprar la gasolina a España y Rusia, por carecer de la tecnología y el personal especializado para refinarlo. Perú y México también se cuentan entre los principales productores de oro del mundo, pero ni ellos ni Venezuela destacan económicamente dentro de Sudamérica (esto es, la parte del continente al sur del río Grande).



Además, el hecho de que esta riqueza natural generada por el suelo (y no por la gente) del país suba artificialmente el PIB, e incluso el PIB per cápita de dicho Estado, no quiere decir que esa riqueza extraída de la tierra repercuta por igual a toda la población o que esté repartida de forma bastante homogénea. Para detectar esta distorsión estadística, podemos recurrir al Coeficiente de Gini, un indicador que mide la desigualdad de los ingresos dentro de cada país. De esta forma vemos que, a pesar de los datos de PIB per cápita de países como Arabia Saudí o Sudáfrica ―a priori, no tan malos como los de su entorno―, lo cierto es que estos lugares (y, a decir verdad, todo el Sur de África, Brasil y el tercio central de América) albergan gravísimas diferencias económicas, donde reina por doquier la pobreza pero la media estatal está compensada por una pudiente minoría beneficiada por esos recursos caídos del cielo, generándose distorsiones menores en los índices.



Por supuesto, este coeficiente es demasiado multidimensional, y hay muchos factores que intervienen en él y que pueden empujar cada uno en direcciones opuestas: el tipo de régimen gobernante, los recursos naturales, si ese pueblo valora la justicia distributiva o el Estado del Bienestar, si es una sociedad multirracial con poblaciones genéticas de capacidades demasiado diferentes, etc. Pero sirve muy bien para indicarnos cuándo la riqueza de un país es un espejismo estadístico de escasa implantación práctica entre la población.


A pesar de que África posee la mayor parte del platino, manganeso, cromo, cobalto y diamantes del mundo, así como buena parte del oro y la bauxita, y otra serie de materiales que los medios nos recuerdan lo importantes que son para la fabricación de dispositivos móviles y electrónicos, y a pesar del gran incremento en años de escolarización que ha habido en las últimas décadas en África, lo cierto es que los Negros no saben sacar otro rendimiento a dichos materiales más allá de vendérselos a las razas que sí saben darles utilidad.



Recordando lo anteriormente dicho, veamos ahora los ingresos per cápita, que van en consonancia con los resultados de los anteriores mapas sobre el Índice de Desarrollo Humano, el Cociente Intelectual y la Raza en cada lugar del mundo. Como vemos aquí y en el mapa de IDH, de entre los países Blancos, el único Estado importante que queda fuera del nivel superior es Ucrania, un país multiétnico que se encuentra en guerra desde 2014, igual que sucedió en la región de los Balcanes, donde ha permanecido una parte significativa de población invasora turca. Por supuesto, el atraso que supuso más de medio siglo de economía comunista también ha jugado su papel y ha afectado al diferencial económico entre la parte occidental del continente europeo y la parte que quedó al este del Telón de Acero ―un gap que, de todos modos, ya está casi cerrado―.


La inteligencia de la población de un país se ha demostrado como el principal predictor del PIB per cápita y del crecimiento económico del mismo,[3] y la inteligencia de una población depende de a qué raza pertenece.



Como vemos en el gráfico de arriba, que mide la altísima correlación entre la inteligencia de los países y su PIB per cápita, la raza Amarilla tiende a sacar menos provecho de su inteligencia promedio que la raza Blanca.


En el gráfico de abajo, de igual modo, vemos el número de premios Nobel que ha producido cada región del mundo. Como podemos comprobar, la práctica totalidad de los galardonados se concentra en las regiones de numerosa población de raza Blanca de Norteamérica y del continente europeo. La parte oriental del continente europeo, y en especial Rusia, es en su mayor parte territorio despoblado; aun así, supera por mucho (88) toda la mitad Sureste de del continente asiático (59), en la cual se encuentran países como China o la India. Téngase en cuenta que tan sólo estos dos países triplican la población Blanca que hay en todo el planeta, y que tan sólo las islas de Japón y Taiwán tienen más población que Rusia.



Por otra parte, por supuesto, buena parte de los premios Nobel que se otorgan a países de otras razas consisten en Nobeles de la Paz, muchas veces regalados a antiguos terroristas que han abandonado las armas o que han descubierto que pueden conseguir sus objetivos más fácilmente por otros métodos. Por ejemplo, de los 11 galardonados que vemos en Sudáfrica, sólo tres corresponden a Negros (y, de éstos, todos son “Nobeles de la Paz”).



Coherentemente, casi todos los logros científicos de la Historia han sido realizados por Blancos, como demuestra Charles Murray.[4] Más del 98% de todos los logros científicos y personajes de ciencia significativos de la Historia humana proceden del mundo Blanco.


Relevancia del factor biológico en cuestión de valores


Además del desarrollo económico, científico y civilizatorio, hay otros aspectos que garantizan la imposibilidad de convivencia entre grupos humanos diferentes, tales como los valores y la idiosincrasia distintiva de cada raza, que hacen que dichos grupos nunca podrán formar parte de una misma “nación” más que desde un aspecto puramente nominal.


Las razas siguen manteniendo un comportamiento característico diferenciado incluso cuando sólo se seleccionan y comparan muestras de individuos que comparten el mismo Cociente Intelectual.[5]


El CI no es el único factor que crea distintas naciones humanas y modela sociedades completamente distintas. Además de las diferencias en la capacidad para resolver problemas, ciertas circunstancias evolutivas han forjado también diferencias fundamentales en cuanto a valores, forma de vida y manera de relacionarnos con otros miembros de la comunidad.[6]


Se ha argüido que el promedio no es el único factor relevante cuando se trata de la inteligencia y que también es especialmente relevante la variación intelectual interna de sus miembros con respecto a la media de su raza. Por ejemplo: aunque la media de Cociente Intelectual de la raza Amarilla sea unos 6 puntos superior al de la raza Blanca, algunos autores han alegado que los Amarillos parecen estar más aglutinados en las cercanías de su promedio que los Blancos en torno al suyo, dispersándose estos últimos en mayor medida hacia los extremos (idiocia y genialidad). Y dado que, principalmente, quienes forjan la Historia y el avance tecnológico son genios de 140 o más, esto quiere decir que una raza de promedio 100 como la Blanca podría sobrepasar en desarrollo y nivel civilizatorio a otra de 106 pero más homogénea. Pero, en cualquier caso, lo que está claro es que el mucho mayor desempeño de los Blancos está poderosamente relacionado con la idiosincrasia y el impulso fáustico (la sed de conocimiento, curiosidad, inconformismo, espíritu aventurero, búsqueda de grandeza y autorrealización) que siempre ha caracterizado nuestra raza.


Los Blancos evolucionaron en grupos de menos individuos, debido a la dificultad para encontrar alimento en su entorno glacial. No sólo era necesaria una mayor capacidad de planificación para sobrevivir a los inviernos, sino que también era precisa una mayor organización social y la cooperación con los otros miembros del grupo para conseguir algo de la escasa caza que había a su disposición, así como para protegerse mutuamente y cuidar de la prole. De este modo, sus vínculos sociales debieron fortalecerse y su altruismo tuvo que incrementarse, cualidades que quedaron impresas en la psique racial mediante la reproducción y preservación de ciertos genes por encima de otros más anti-sociales.


Hoy en día podemos descubrir cómo las consecuencias de esta presión selectiva en ciertas razas las separa de otras en aspectos fácilmente medibles y estudiados como la incapacidad de posponer la gratificación, la tasa de hijos ilegítimos, la obesidad, la psicopatía o la agresividad.


La mayor propensión de las razas oscuras a tener más hijos ilegítimos, ser padres más negligentes, tener una prole más numerosa sin consideración a si pueden mantenerla o si tendrán que vivir con ellos en un vertedero o si ésta corre el riesgo de morir de inanición, etc., responde a una estrategia reproductiva muy diferente a la que tuvieron que adaptarse aquéllas que evolucionaron en el continente europeo y en el norte de Asia durante la última glaciación, dado que allí era imprescindible dedicar más esfuerzo a la supervivencia de los hijos.


Frente a la estrategia de reproducción más r de los humanos de África (producir numerosos descendientes, aunque con menor probabilidad de que cada individuo alcance la edad adulta), en el riguroso y gélido entorno de los antepasados de los Blancos y Amarillos quienes prevalecieron fueron los que seguían más una estrategia más K (invertir más recursos en un menor número de descendientes, con tal de aumentar sus posibilidades de supervivencia de forma individual).[7] En el gráfico inferior podemos ver el número de hijos que cada región del mundo tiene en promedio. Por supuesto, esa diferencia, como siempre, también se mantiene entre las diferentes razas dentro de cada país. Por ejemplo, el único motivo por el que Francia es el único país europeo con un promedio superior a dos hijos por pareja tiene más que ver con su enorme población africana que con su población autóctona. A pesar de lo que la gente pueda creer, la cuestión no reside en la religión de esa gente, sino en su raza. Nótese cómo la media de los países musulmanes de los Balcanes ―mayoritariamente Blancos―, a diferencia de los países musulmanes de raza Árabe, no supera los 2 hijos por pareja.



Ciertamente, en el pasado, la tasa de natalidad en nuestros países era mucho más alta de lo que es ahora, pero también lo era en los países de otras razas, por lo que el diferencial entre ellas no es nuevo y se ha mantenido a lo largo del tiempo. Sólo el carecer de la medicina y la ayuda Blanca mantenía la cantidad de población de África en un nivel estable, al precio de una tasa de mortalidad desorbitada.


Ahora que los Blancos mantienen artificialmente con vida a África evitando que mueran Negros por centenares de millones, su tasa de mortalidad ―especialmente la infantil― ha caído a mínimos. A pesar de tener mayor natalidad que ahora, antes del contacto con los Blancos, a los africanos les estaba tomando en torno a 800 años duplicar su población. Ahora, en cambio, lo hacen cada 30 años. A pesar de ello, la incapacidad de determinadas razas sigue provocando un enorme diferencial entre su esperanza de vida y la de las otras, como podemos ver en el siguiente gráfico.



Nótese cómo incluso tras décadas de terrible conflicto bélico, incluso en Afganistán hay mayor esperanza de vida que en países Negros que no se encuentran en guerra, pero donde sus habitantes caen como moscas a causa de enfermedades, hambre, accidentes y una altísima tasa de homicidios.


El gráfico inferior nos muestra el índice de muertes por malnutrición en el mundo. Como vemos, los Negros mueren de hambre en tierras perfectamente fértiles, mientras que los países desérticos del Norte de África y Oriente Próximo ―los habitados por la raza Árabe― tienen una tasa de muertes por malnutrición mucho menor. El único que destaca levemente es Yemen, y lo hace a causa de la guerra civil que azota al país desde 2014, con millones de desplazados. En el mismo sentido, en los países Blancos parcialmente desérticos (como Australia) o cuya superficie está parcialmente helada (como Rusia, los países escandinavos, Canadá o Islandia ―donde sólo el 1% de la tierra es arable―), la muerte por hambre es virtualmente inexistente, tal como podemos ver en este mapa que detalla en diferentes grupos incluso las muertes por debajo de 10 de cada 100.000 habitantes.



También son altamente significativas las diferencias raciales en la prevalencia de algunas enfermedades (aparte de las específicamente genético-raciales como la anemia de células falciformes, la enfermedad de Tay-Sachs y demás). Y es muy significativo ver que siempre son los mismos grupos raciales los que destacan por su alta tasa de contagio de enfermedades de transmisión sexual (las cuales suelen decir mucho del estilo de vida disoluto y de la poca capacidad de pensamiento a largo plazo de la mayoría de los infectados), como el HIV-SIDA, la sífilis o la gonorrea, hasta el punto de que son varios los países Negros en los que más de un 20% de su población adulta está contagiada por el VIH (y que estuvieron bien por encima del 30% antes de que la asistencia de la raza Blanca consiguió revertir la tendencia).



Como ya hemos visto, existe una fortísima vinculación entre Raza y pobreza (o entre Raza y productividad), en cualquier parte del mundo donde habiten los diferentes grupos raciales. Pues bien, Raza y criminalidad también van de la mano. Sin embargo, no es la pobreza lo que origina la mayor predisposición hacia el crimen de determinadas razas, sino que es nuevamente un factor genético independiente lo que causa esa criminalidad. A pesar de que la pobreza es constantemente utilizada para excusar el comportamiento de las razas oscuras en todo el mundo (especialmente dentro de los países Blancos),[8] lo cierto es que el vínculo entre pobreza y crimen dista mucho de ser tan fuerte como se presume. Ser pobre no vuelve criminal a una persona, pero siempre es más políticamente correcto culpar a los pobres que a los Negros. Comunidades hegemónicamente Blancas pero económicamente deprimidas a causa de su carácter rural, su alto desempleo e incluso problemas de drogadicción (como Virginia Occidental, Kentucky, Idaho, etc.), no sólo no destacan por su criminalidad, sino que con frecuencia se encuentran entre las zonas más seguras y tranquilas de Estados Unidos. De hecho, la Raza sigue siendo el mejor predictor de la criminalidad en una comunidad ―en especial, la presencia o ausencia de la raza Negra―, por encima de otros factores como la pobreza, el desempleo y demás.



Las diferencias raciales en idiosincrasia también se reflejan en muchos otros ámbitos, desde los distintos tipos de aficiones que cada raza disfruta hasta los temas que son objeto de sus preocupaciones. Cualquiera que haya militado en una organización ecologista sabe que el planeta y la ecología es una preocupación Blanca, y lo mismo sucede con la donación de órganos, cuyas instituciones siempre están escasas de donantes de otras razas.


Los derechos humanos también fueron una invención de la raza Blanca, y es ella la que ha ido imponiendo su criterio al resto del mundo. Habiendo practicado la esclavitud todas las razas, fue la Blanca la que decidió abolirla, empezando con las Leyes de Burgos y llegando a masacrarse a sí misma en Estados Unidos para dar la libertad a una raza ajena.


Cosas como la libertad de expresión son, básicamente, una preocupación de la gente Blanca (como muestra la membresía de las organizaciones dedicadas a tal fin, así como numerosas encuestas), a pesar de que la raza Judía que vive en el seno de Europa, y sus marionetas del marxismo cultural, están luchando a brazo partido para suprimirla y para prohibir decir cualquier cosa que vaya en contra de su agenda, por obvia y verídica que sea la afirmación, como que los hombres no pueden parir. Por ello, podría poner un “mapa de la libertad” y abundaría en la misma dirección que los demás mapas temáticos; sin embargo, no lo haré porque, aparte de la evidente subjetividad que implica, la metodología de quienes lo elaboran carece de rigor y está altamente politizada. La libertad no consiste en poner unas urnas donde sólo podemos votar por Kang o Kodos en medio de un circo mediático, como pretenden sus autores. Las organizaciones que miden la libertad de los países suelen tener en cuenta si éstos llevan a cabo persecución contra grupos étnico-raciales (sólo si son otros no-Blancos, por supuesto) o contra sodomitas, pero no atienden a si meten en prisión a nonagenarios sólo por ideas políticamente incorrectas. Es evidente que Alemania[9] y Austria son dos de los países más dictatoriales del mundo, con penas de 5 y hasta 10 años por defender el Nacional Socialismo o negar el último de los holocaustos inventados de “seis millones”. Incluso hacer un gesto (levantar el brazo) conlleva en Alemania 6 meses de prisión… pero como es contra los nazis, ¡a quién le importa! Si, por el contrario, algún país condenase a alguien por defender la mutilación sexual de niños (con fines transexualistas) o metiese en prisión a miembros de las bandas mestizas sudamericanas por hacer un gesto identificativo con las manos, entonces tal acción gubernamental sería considerada un crimen contra los derechos humanos y el país recibiría menor puntuación en el índice de “libertad” o de “libertad de prensa”.


No obstante, a pesar de la destructora influencia Judía, los Blancos tenemos un concepto de libertad mucho más desarrollado que las otras razas, tales como los Amarillos, y tendemos a buscarla, por lo que las tiranías en nuestros países necesitan volverse mucho más sofisticadas y disimuladas, ya que los golpes de Estado y los regímenes en manos de camarillas que no cuentan con el pueblo para gobernar (de forma descarada) no acostumbran a ser bien vistos.



El hecho de que el gobierno esté en manos de dictadorzuelos o, por el contrario, lo esté en manos de partitocracias o mediocracias, tampoco es un factor relevante en el grado de desarrollo de un país. De hecho, ocurre con frecuencia que muchos dictadores llegan al gobierno del país con la intención de hacerlo económicamente próspero. El concepto de “dictadura desarrollista” es algo bastante común, e históricamente no han funcionado mal para industrializar países Blancos como España o Rusia o países Amarillos como China, Taiwán o Corea del Sur; pero, como de costumbre, sus esfuerzos siempre resultan completamente estériles en países Negros o en los países más Amerindios de Sudamérica.


Irrelevancia de los falsos sujetos nacionales



Aquí arriba vemos el Índice de Desarrollo Humano.


Y aquí abajo, su hermano gemelo siamés, el índice demográfico de población Blanca:



Si superponemos el mapa de la distribución geográfica de las razas vemos que coincide plenamente con el tipo de sociedad que generan.


Ahora podemos intentar superponer el mapa de desarrollo humano (y todos los mapas temáticos anteriores sobre diferencias fundamentales) a otros que reflejen los factores secundarios que han sido mencionados como accesorios (lenguas, religiones, etc.) y veremos que la correlación simplemente se desvanecerá.


De hecho, toda correlación que pueda haber (además de ser consecuentemente mucho menor) se dará exclusivamente en la medida en que lo cultural se corresponda con la Raza, dado que la religión, la lengua y demás son aspectos culturales, y la cultura es algo que se va heredando dentro de cada raza y pueblo mientras una generación eduque a la siguiente en la misma cultura. Pero la vinculación empieza a desaparecer tan pronto como estas cuestiones secundarias se exportan mediante la formación de imperios multirraciales o la asimilación local. Y es esa exportación la que nos permite estudiar el verdadero efecto que tienen todas estas cosas: un efecto débil y poco significativo.



Aquí arriba vemos los idiomas dominantes en el mundo. Pues bien, ¿qué puede tener que ver sociológicamente España con sus antiguas colonias castellanohablantes, Francia con la francophonie, Portugal con sus antiguas colonias, o Gran Bretaña con la anglofonía africana o filipina? ¿Acaso la población de alguno de esos países Blancos estaría dispuesta a trasladarse en masa a vivir en medio de esas sociedades no Blancas, por muy lingüísticamente “compatriotas” que sean? Por otra parte, comprobamos que se repite universalmente el patrón de que determinadas razas invasoras, apenas chapurreando el idioma de los países Blancos que invaden, prosperan con mucha más facilidad que otras razas, aun si tienen por lengua nativa el idioma del país. Por ejemplo, los invasores Amerindios y mestizos, que provienen de países en condiciones mucho peores que las de Estados Unidos y donde pocos dominan el inglés, prosperan mucho más que los propios Negros estadounidenses. Y no digamos la población Amarilla que viene de Asia, de lenguas mucho más diferentes, que ni siquiera tienen el mismo alfabeto, y quienes siempre demuestran crear sociedades mucho más parecidas a las nuestras.



En cuanto a la fe, la actual religión mayoritaria de la raza Blanca fue llevada tanto al África Negra como a la Amerindia. (Algunos lugares, como Etiopía, son tierras que han sido cristianas por mucho más tiempo que la mayoría de los países europeos.) Es evidente que no les ha “servido” de nada. Después de volverse cristianas, la Amerindia sigue manteniendo la misma distancia y retraso con respecto a la Europa, y el África Negra sigue siendo el mismo agujero infernal y tercermundista, subdesarrollado e indesarrollable, que siempre fue. Por otra parte, el apogeo de las más grandes civilizaciones clásicas Blancas, como Grecia y Roma, se dio antes del cristianismo.


La supuesta ética laboral y económica protestante de la que hablaba Max Weber (y que, supuestamente tanto habría ayudado al desarrollo de los países protestantes/germánicos), no parece servir de nada en los países africanos que siguen esta variante del cristianismo. Hay infinitamente más similitud, según cualquier standard sociológico que se quiera utilizar, entre países Blancos de una u otra denominación ―o irreligiosos―, que entre países de la misma religión/denominación pero de diferentes razas. (Por otra parte, la supuesta génesis protestante del capitalismo fue fabulosamente corregida por su colega Werner Sombart, quien, en Die Juden und das Wirtschaftsleben, achaca a la mentalidad capitalista un origen Judío.)


Es más, si eliminásemos de la ecuación los países cristianos que son de raza Blanca, la correlación entre cristianismo y desarrollo humano pasaría a ser negativa. Los países musulmanes del África Árabe están mucho más desarrollados que los países cristianos del África Negra. Y los países del Asia Oriental son incomparablemente más desarrollados que los demás países no-Blancos, independientemente de su religión.


Ni siquiera se puede decir que, entre los países Blancos, los más cristianos tengan diferencias significativas ―ni mejores ni peores― en los datos sociológicos o económicos (además, es bien sabido que los países escandinavos se cuentan entre los menos religiosos), como tampoco se puede decir que los tengan los países Negros cristianos frente al resto de países Negros.


El ranking mundial de mayor tasa de asesinatos está absolutamente dominado por países cristianos no-Blancos. La Sudamérica mestiza, la región más cristiana y occidentalizada del mundo no-Blanco, supera en mucho al África Árabe islámica en su tasa de asesinatos per cápita, y frecuentemente supera incluso a la propia África Negra cristiana. No importa que existan unos Diez Mandamientos, las leyes de la Naturaleza son más fuertes. Y esos países no son menos practicantes, ni el cristianismo es tomado menos en serio que en el continente europeo y otros países Blancos nominalmente cristianos.


El sistema económico es mucho más influyente que la religión en cuanto al bienestar y la prosperidad de un país, viéndose un claro atraso de los Estados comunistas con respecto a los países de la misma raza con economía de mercado. Pero, significativamente, aunque el sistema económico es algo que afecta directamente a la economía, sigue siendo secundario frente a la Raza. Los países comunistas Blancos del antiguo Bloque del Este, a pesar de haber sufrido la guerra más colosal y devastadora de la Historia, seguían siendo más prósperos y desarrollados que los países Negros liberal-capitalistas de cualquier hemisferio, también a pesar de toda la riqueza natural de su suelo.


Conclusión


Esta disparidad cualitativa y de capacidades mentales de cada población racial, por supuesto, se da también dentro de cada Estado. Las diferencias que vemos entre países de diferente raza también se dan en las estadísticas raciales internas de los países multirraciales, motivo por el que muchos simplemente las prohíben expresamente, como Francia. En los Estados multirraciales, como Brasil y casi todo el tercio central del continente americano, las diferencias raciales en inteligencia, crimen, productividad, incidencia de enfermedades y demás se encuentran en niveles similares a los que mantienen en sus lugares ancestrales de procedencia, sin importar el tiempo que pase ni los multimillonarios esfuerzos que los gobiernos hagan para igualar las condiciones de todos los grupos raciales.



Aquí arriba vemos la tasa de homicidios de cada raza en Estados Unidos, a lo largo de los años.[10] Los ciudadanos Negros de Estados Unidos tienen una tasa similar a la de los países Negros del continente africano, y los ciudadanos Blancos tienen una tasa similar a la de los países Blancos del continente europeo, lo cual es aún mucho más significativo si tenemos en cuenta las diferencias existentes entre las leyes de armas de estos países.


No importa cuántas generaciones ni cuántos siglos vivan los Gitanos dentro de un Estado Europeo como Hungría o España. Sus características hoy son las mismas que describía Cervantes hace siglos. Nunca se asimilarán porque las diferencias raciales son de orden genético, no ambiental. Los Negros no se convertirán en destacados inventores o ajedrecistas por vivir en países Blancos, ni los Blancos se convertirán en destacados sprinters o en salvajes caníbales por vivir entre Negros.


Las diferencias raciales son bien conocidas entre la comunidad científica, y sólo la censura del imperio mediático Judío ha impedido que dicho conocimiento sea divulgado ampliamente. Las únicas desigualdades que no niegan son las desigualdades económicas (que son en realidad provocadas directamente por las desigualdades genéticas entre las razas), ocultando su verdadera causa mediante el recurso a infantiles teorías de la conspiración que ellos se encargan de divulgar en Occidente, culpabilizando a una presunta y fantasmagórica “xenofobia sistémica” de Blancos “llenos de odio”, que, contradictoriamente, parecería aumentar cuanto menor es la presencia e influencia de los Blancos en un determinado lugar, y que ―“casualmente”, claro― siempre afecta a las mismas razas, y en el mismo orden. Además, al mismo tiempo que esa etérea xenofobia (¡sólo de la maldita raza Blanca, oy veh!) “impide prosperar” a las razas habituales, milagrosamente parecería tener el efecto contrario en las demás, favoreciendo a otras por encima de la Blanca, como los Amarillos, y es especialmente favorecedora para con la raza más odiada y despreciada de todo el mundo: los Judíos.


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